La eyaculación precoz -o eyaculación rápida- es una de las disfunciones sexuales que con más frecuencia llegan a la consulta sexológica. Consiste en no poder ejercer un razonable control voluntario sobre el reflejo eyaculador: una habilidad que cualquier hombre -o persona con pene- sana está en condiciones de aprender.

La terapia sexual orientada a mejorar esta situación se sostiene por lo general en tres pilares: educación sexual (para aumentar la información y desmantelar creencias erróneas), medicación (en algunos casos) y la realización de ciertas tareas para el hogar. El llamado ejercicio de “parada y arranque” suele formar parte de estos tratamientos. Los sexólogos argentinos León Roberto Gindin y Mario Huguet dedicaron todo un libro al tema, titulado “Eyaculación precoz. Un problema con solución”.

El ejercicio en cuestión consiste en la autoestimulación del pene -en soledad- como si fuese una masturbación. Pero de una manera diferente: debe ser realizada en forma muy lenta, es decir, al revés de lo que es habitual en los eyaculadores precoces, que todo lo vinculado a lo sexual lo hacen rápido (como es sabido, la ansiedad es una de sus características).

Eyaculación precoz: qué factores psicológicos y biológicos la producen y cómo solucionarla

Por eso antes que nada se recomienda que la persona se dé un baño de inmersión (o una ducha relajante) durante 30 minutos. Luego deberá ubicarse en una habitación donde se sienta cómodo y la privacidad esté asegurada.

Después comenzará a estimularse el pene con la mano en forma lenta, muy despaciosamente. Se trata de continuar con este movimiento lento, hasta que comience a percibir las primeras señales -por lo general descriptas como un “cosquilleo”- que anuncian que el proceso de eyaculación está por desencadenarse. Todos los hombres son capaces de sentir ese “cosquilleo” (algunos lo describen como “algo punzante”, “un fuego”, “algo que sube”, “una corriente eléctrica”, etcétera). Más técnicamente, se denomina “sensación pre-eyaculatoria”. La idea es ir aprendiendo a registrar estas señales internas que todos los varones poseen.

Justo ahí, cuando son percibidas, quien hace el ejercicio debe detener todo estímulo, e incluso retirar la mano y colocarla al costado del cuerpo. Y esperar a que se cumplan dos condiciones. La primera, que pase esa sensación de inminencia eyaculatoria que le anunció el “cosquilleo”. La segunda, que descienda a la mitad la rigidez del pene respecto de la que tenía en plena erección.

La situación descripta pone a la persona a esperar (algo a lo que no está muy acostumbrada). También le demuestra que al cesar el estímulo el pene puede descender en su tumescencia, pero que al recomenzar la estimulación, nuevamente se puede lograr una buena erección.

Para que se cumplan las dos condiciones -que el pene descienda al 50% de su plena rigidez y que la sensación de pre-eyaculación desaparezca- es necesario que se permita a sí mismo, sin ser arrastrado por la ansiedad, dejar transcurrir todo el tiempo que su sensibilidad necesite. Una vez cumplidos estos dos requisitos, debe reanudar la estimulación, de nuevo muy lentamente.

El ejercicio se realiza tres veces seguidas, recién en la cuarta se podrá cambiar el ritmo y hacerlo con más rapidez, buscando entonces, sí, llegar al orgasmo.